jueves, 1 de noviembre de 2007

Belleza mancillada

Así como al conducir un auto, compartir la mesa con varios comensales, participar en una reunión laboral o practicar alguna disciplina deportiva debemos cumplir con una serie de normas; al comunicarnos por medio del lenguaje escrito hay que acatar ciertos lineamientos, los cuales se traducen en reglas ortográficas.
Aunque las formas de lenguaje más utilizadas en el diario acontecer son el oral y el corporal, es el lenguaje escrito el que perdura en el tiempo y quizás el que tiene mayor validez, por aquello de “las palabras se las lleva el viento” o que “papel firmado es hombre amarrado”.
Lo que aprendemos sobre las normas de ortografía en nuestra infancia es fundamental, y marcará nuestra “historia escrita”, pero no por otros, sino por nosotros mismos.
En mi reciente experiencia como docente universitaria me he topado más que con simples errores, con verdaderos “horrores” al escribir, los cuales resultan muy molestos al lector. A continuación transcribiré en negritas algunas de las palabras que los bachilleres con los que he trabajado, han dejado en informes, exámenes, ejercicios y resúmenes, como prueba irrefutable de las fallas que traen desde sus primeros años de escuela:
De un tiempo para acá muchas veces me he preguntado si una persona será más homrrada que aquella que sólo cuenta con la n y una r para ser calificada como poseedora de esta virtud.
Recientemente fui a coonversar con mi ginecólogo sobre la posibilidad de que un envaraso -escrito así- nos mantenga ajitadas por un tiempo menor a los nueve meses, sin que implique un riesgo para la madre y el bebé.
Haora debo ser cin sera y no sentirme nerbiosa, pues es nolmal que cometamos errores al pronunciar algunas palabras, pero cuando lo hacemos al escribir, la responzavilidad recae no sólo en nosotros, sino también en los adultos que participaron en nuestra crianza y educación.
Un error ortográfico equivale a una mancha en un blanco vestido de novia; quizás una pequeña pasaría inadvertida, pero al unirse varias manchas diminutas, forman una grande, y los invitados a la boda no podrán obviar lo susio del traje.
La costumbre de no leer, es la causa por la cual algunos jóvenes son capaces de escribir de manera errónea el nombre de una enfermedad tan comentada y conocida mundialmente como lo es el Cidad (sí, acertaron, el bachiller quiso referirse al Sida).
Espero que a pesar de su ortografía, aquellos que escribieron albor cuando querían referirse a un árbol, primabera, nédtar y sohológico, sean conscientes y no maltraten a la naturaleza como lo hacen con el idioma.
Mientras tanto, debemos seguir orientando a los niños y jóvenes sobre cómo corregir sus fallas en el lenguaje escrito y oral, además de inculcarles el interés por la lectura desde que empiezan a balbucear sus primeras palabras, pues los padres deben estar conscientes que en un mundo tan competitivo como éste la educación de los niños es primordial, y que la manera de hablar y de escribir proyecta la imagen de una persona, revelando su nivel cultural. Así que deben ser más severos con la ortografía que practican sus hijos, para que el día de mañana no se tenga que remitir su lenguaje a un kirófano, tratando de devolverle la veyeza perdida.

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