jueves, 1 de noviembre de 2007

De madres, mamás, mamacitas…¡y papacitos!

Una vez pasado el furor comercial del Día de la Madre, debemos comenzar a pensar en el regalo que le daremos a nuestro progenitor con motivo del Día del Padre. Claro, para aquellas personas que como yo, tienen la dicha de conocerlo y disfrutar de su compañía y afecto.
Luego de ver hasta el cansancio maquillaje, ropa interior, vestidos, batas de casa, pantuflas, perfumes, zapatos, carteras, artículos de joyería y electrodomésticos en general, nos corresponde seleccionar un obsequio entre la amplia gama de objetos masculinos que mejor se adapte al gusto de papá.
Es por todos conocido que en una familia la figura materna constituye el eje central, mientras que la paterna muchas veces queda relegada, porque al fin y al cabo, aunque el hombre socialmente es considerado como el proveedor del hogar, es la madre quien se convierte en la administradora de esos recursos y en la protagonista de la vida diaria de los pequeños hijos, quienes ven en mamá el motor del núcleo familiar.
Aunado a esto, desde hace unas cuantas décadas la mujer no se limita únicamente a quedarse en el hogar, sino que cada minuto que pasa, ha ganado espacios en el mundo laboral, empresarial, político y económico. No en vano las denominan super mujeres.
Por esta razón, se afirma que en Venezuela y en muchos países latinoamericanos, es la madre la cabeza de familia, ya que el hombre –por sus compromisos laborales- se ausenta durante gran parte del día del hogar y a veces, cuando predomina en él la irresponsabilidad y la falta de apego, se marcha de manera definitiva.
Pero para nuestro bien, aún quedan ejemplares masculinos que asumen cabalmente el compromiso familiar. No son pocos los hombres –viudos, solteros o divorciados- que han decidido cargar sobre sus hombros todo el peso de criar, educar y convertir en personas de bien a sus hijos, ante la ausencia física o moral de la respectiva madre.
Sin embargo, en nuestra sociedad sólo se reconoce el esfuerzo realizado por las féminas en la ardua labor de levantar una familia. Y si es madre soltera más aún.
Seguro usted conoce a unas cuantas super madres, de esas bien abnegadas y sufridas, para quienes sus hijos son el centro del universo; a un nutrido grupo de mamás en toda la extensión de la palabra, que trabajan en la calle sin descuidar el hogar; son alegres, divertidas y cariñosas, pero que saben imponer carácter cuando lo amerita la situación.
Asimismo, en los últimos años, ha tenido el placer de observar a las modernas “mamacitas”: mujeres vanguardistas, profesionales, ejecutivas, con ganas de comerse el mundo, que no descuidan a sus hijos –casi siempre menores de 10 años y en el mejor de los casos adolescentes-, capaces de cruzar la calle con unos zapatos de tacón de aguja, su cartera al hombro, maletín de trabajo y un morral lleno de útiles escolares, mientras toman de la mano a uno o dos niños, sin perder su glamour y siempre de punta en blanco.
¿Pero el padre?, ¿dónde está el padre?. Luego de haber estado alejado por un tiempo, el padre vuelve a ocupar un lugar preponderante dentro del hogar. Ahora, junto a esas “mamacitas” se encuentran los llamados “papacitos” : hombres que no sobrepasan los 40 años, profesionales, preocupados por su apariencia pero sin llegar a convertirse en “metrosexuales”, quienes acompañan a sus hijos al parque, al colegio, o a las prácticas deportivas; preparan desayunos, almuerzos, meriendas y cenas; hacen tareas, lavan platos, cambian pañales, barren la casa, tienden la ropa y además, trabajan fuera del hogar. En fin, son buenos padres –como el mío-, de esos a los que sí provoca darles un regalo.

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