jueves, 1 de noviembre de 2007

Por favor, ¡escúchame! (I)

María: Hola mi amor (beso). ¿Cómo te fue en el trabajo?
José: Bien.
María: Yo tuve un día muy bueno también. Logré cerrar el negocio con el dueño de Ferretodo. ¿Recuerdas que te dije que no quería contratar con nosotros porque la competencia le estaba ofreciendo un precio menor?
José: Uhmmm…
María: Ellos tienen un precio muy bajo pero la calidad de sus productos también es inferior, tuve que demostrárselo al señor Rossini. Estaba un poco reacio pero lo convencí, hasta le vendí más de lo que esperaba. El jefe me felicitó. Estoy muy contenta.
José: Ajá… Voy a bañarme…Tengo hambre ¿qué hiciste de comer?
María: (Suspirando) Nada todavía, pero te preparo algo rápido. No voy a cenar porque me comí un cachito y me tomé un jugo con Laura. ¿Sabes que está embarazada? ¡Y parece que son morochos!
José: Yaaaa…¿Dónde está mi toalla? No la consigo.
María: La tienes en frente mi amor…
José: (Besando a María en los labios) Por eso te quiero, no se qué haría sin ti. Muñeca, ¿me haces una arepa? Yo compré queso, está en la cocina.
María: Sí, claro.
María: (Pensando) No sé para qué le cuento mis asuntos. Siempre es lo mismo: no me escucha.

Espero que esta “conversación” entre María y José no se parezca a la que usted mantiene con su pareja, pues les auguro un final nada feliz, ya que esos dos al cabo de mes y medio terminaron divorciándose. ¿El motivo? Adivínelo: fallas en la comunicación. Ahora María está saliendo con un nuevo compañero de trabajo que sí la escucha y con el que puede entablar un verdadero diálogo.
La súplica con la que titulo este artículo es pronunciada por numerosas personas alrededor del mundo, quienes sienten que los individuos con los que hablan no les prestan atención a sus palabras y no logran conectarse con sus intereses o necesidades. Es decir, simplemente no las escuchan.
Pero no tienen deficiencias auditivas, esos sujetos pueden oír perfectamente, así que no hay problema dirá usted. Pero ahí está el error: individuos como José oyen sin dificultad, pero no saben escuchar. Y la diferencia entre ambas acciones es abismal.
Según la revista Psicología Práctica (Nº 29, año 2002) oír es recibir o captar las ondas sonoras, es sólo la parte física; mientras que escuchar es un proceso aún más complejo: es interpretar lo oído, evaluarlo e integrarlo en la memoria aceptándolo o rechazándolo.
En plena era de la tecnología de la información y de la comunicación, el ser humano debe revisar sus habilidades comunicativas y la influencia que éstas ejercen en sus relaciones interpersonales. Comunicarse no es sólo transmitir ideas y sentimientos (papel del emisor), sino también saber recibir e interpretar esa información (papel del receptor), para lograr el feedback o retroalimentación requerida. Por eso hoy en día es importante examinar cómo escuchamos y practicar lo que especialistas denominan “la Escucha activa”, la cual puede definirse como la disposición mental que permite interpretar, comprender y valorar eficazmente la información dada por una persona.
Muchas veces, como ocurría con José, estamos tan metidos en nuestros asuntos personales, preocupaciones e intereses, que no logramos establecer una conexión verdadera con nuestro interlocutor, ignorando lo que nos dice o no procesando adecuadamente su mensaje. De esa manera participamos físicamente en la conversación, pero nuestra mente está en otro sitio. El ser humano necesita expresarse y sentirse escuchado, atendido. A todos nos gusta desahogarnos cuando tenemos un conflicto, buscar las palabras de aliento o el buen consejo de un amigo o de nuestra pareja. Pero ese que nos “escuchará” ¿sabrá hacerlo?, ¿nosotros sabemos escuchar? Acompáñeme a descubrirlo en la próxima entrega de este artículo, en el cual continuaré tratando el tema de la Escucha activa.

No hay comentarios: