jueves, 1 de noviembre de 2007

Los maravillosos 30

Treinta, un número que en la edad del ser humano es sinónimo de decisiones y análisis.
Treinta, una oportunidad que se nos presenta para revisar lo hecho y colocar en la balanza lo positivo y lo negativo de lo vivido hasta ahora.
Treinta, un momento para mirarnos en el espejo y preguntarnos: ¿qué he logrado?, ¿qué debo hacer para conseguir lo que quiero?, ¿a dónde deseo llegar?.
En el sexo femenino los 15 años de edad son esperados con especial anhelo, porque significa que seremos reconocidas por la sociedad como todas unas “señoritas” y ya no recibiremos un trato infantil sino el de una adolescente que se está convirtiendo en mujer; por algo se llama “la edad primaveral” (con cursilería incluida).
Luego, cumplir los 18 años es ansiado por los jóvenes de nuestro país para alcanzar legalmente la mayoría de edad que les permitirá votar (aunque en esos momentos es lo que menos interesa), y les facilitará la entrada a los locales nocturnos de moda sin tener que falsificar la cédula de identidad, pedir prestada la de un(a) amigo(a) o tener que vestirse y maquillarse para parecer mayores.
Pero lo que más les emociona es que creen que a los 18 años escaparán del “yugo” de sus padres. Y es que esos “viejos” no saben nada de la vida, afirman mientras estrenan nueva edad, sin saber la equivocación que cometen.
Tiempo después, desde nuestro punto de vista la diferencia entre los 18 y los 20 años es abismal, pues dejamos atrás los miedos típicos de todo adolescente, y con dos décadas a cuestas consideramos “que nos las sabemos todas”, aunque los que están a nuestro alrededor nos vean todavía como unos “muchachos inmaduros”, calificación nada errada pero de la que nos damos cuenta cuando superamos los 25 años.
Aún a esa edad somos muuyyy jóvenes pero creemos que ya no tanto, sin embargo, empezamos a abrirnos camino en el mundo laboral y es mucho lo que nos falta por aprender y vivir. Si a los 21 o 22 años egresamos de una carrera universitaria debemos tocar varias puertas para conseguir una oportunidad, escuchando frecuentemente que nos falta experiencia.
Pero independientemente de si tenemos o no un título debajo del brazo, a los 20 y hasta pasados los 25, todavía hay muchas dudas en nuestra mente y sueños por realizar, al igual que errores cometidos y por cometer. Todo, absolutamente todo, se convierte en una incógnita a esa edad. La misma incógnita que pisando los 30 queremos despejar.
Al acercarse ese momento aspiramos tener todo resuelto (carro, casa, trabajo, pareja e hijos) sin embargo nos damos cuenta que es prácticamente imposible, y con la madurez física, emocional e intelectual surgen nuevos deseos y metas por lograr.
Entre las prioridades de una treintañera ya no se encuentra el casarse y tener descendencia. Claro, no podemos negar que en la mente de las féminas permanentemente ronda esa idea; pero hoy, en pleno 2007 no ocupa el primer lugar en la lista de asuntos pendientes, pues la visión que las mujeres tienen de la vida ha dado un giro de 360 grados.
Con apenas 30 años, es mucho lo que hay que hacer, tal vez se empezarán a notar las primeras líneas de expresión y la piel no tendrá la lozanía y firmeza de una jovencita de 18 años, pero el cuerpo, la mente y el espíritu permanecen vivaces, aunado esto a la experiencia que no tienen las chicas de esa edad, así como la libertad y el dinero de realizar lo que realmente les provoque, cuando se les antoje y con quien quieran.
Para qué recurrir a las minifaldas o a los escotes pronunciados si se quiere atraer a un hombre, cuando ya se conocen -y hasta se dominan- los trucos de seducción, apoyándose en una edad en la que la juventud y el atractivo continúan latentes pero con ese “no se qué” de la mujer adulta.
Treinta es una excelente edad para actualizarse académicamente, viajar, comer lo que nos plazca, dormir cuanto queramos, trabajar arduamente, disfrutar de buena música, tragos y excelente compañía, sin preocuparnos del qué dirán. Total, somos adultos treintañeros, suficientemente jóvenes para gozar la vida pero lo bastante maduros para cumplir con nuestras responsabilidades, observando lo que dejamos atrás y labrando el camino que queda por recorrer. ¡Qué vivan los 30!

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