jueves, 1 de noviembre de 2007

Por favor, ¡escúchame! (y II)

En la primera parte de este artículo hacía referencia a lo importante que es saber escuchar para entablar una óptima comunicación con nuestros semejantes, exponiendo la necesidad de practicar la Escucha activa, la cual se define como la disposición mental que permite interpretar, comprender y valorar eficazmente la información dada por una persona.
Para entender en qué consiste la escucha activa es necesario conocer la diferencia entre oír y escuchar: oír es captar ondas sonoras, pero escuchar es prestar atención e interpretar esa información auditiva que se está recibiendo. Se puede oír el canto de los pájaros al despertar, pero si estamos atentos y nos tomamos nuestro tiempo, podemos escuchar y distinguir cada uno de los cantos, -y si entendemos sobre el tema- hasta determinar la clase de ave que emite cada sonido.
De acuerdo a la revista Psicología Práctica (Nº 29, año 2002) en la vida cotidiana podemos toparnos con buenos y con malos escuchas. La persona que no sabe escuchar reclama la atención de quien habla, piensa en lo que dirá entretanto, interrumpe constantemente para controlar la conversación y se aferra a sus opiniones. En cambio, la que sabe escuchar, no sólo procesa las palabras y su significado con atención, sino que logra que el hablante se siento apreciado, comprendido, y se anime a continuar expresando sus ideas y sentimientos, al demostrarle respeto hacia sus opiniones.
Tal como afirma Renny Yagosesky en su artículo “La importancia de saber escuchar” (Revista Fascinación, Nº 978, 30 de abril de 2006), al sentirse escuchadas, las personas se relajan, se abren y muestran su mundo interior, sus creencias y valores. La habilidad de saber escuchar con atención sincera, verdadera apertura y disposición, genera confianza entre el emisor y el receptor del mensaje, optimizando las relaciones familiares, sociales y profesionales, al mejorar la capacidad para negociar.
En este sentido, el autor asegura que algunas de los errores que más se cometen en una conversación son los siguientes: Brindar poca atención al interlocutor; interrumpir repetidamente la conversación; reaccionar impulsivamente ante cualquier discrepancia;
tratar temas delicados y polémicos que pueden crear enemistad; desviar la conversación hacia donde una de las partes desea, ignorando el interés de la otra persona; mostrar con el tono de voz apatía o agresividad, y finalmente, rechazar las opiniones que no se comparten.
Por lo tanto, recomienda conversar de manera consciente (pensar antes de hablar); respetar los estilos de personalidad; evitar la tendencia a juzgar y contradecir, a menos que se requiera; practicar el control verbal (hablar lo necesario) y acostumbrarse a escuchar; controlar el impulso de interrumpir, desmentir o aconsejar; respetar los valores, objetivos y afirmaciones de los otros; brindar atención auditiva, visual y corporal a la persona con la que se habla; responder a preguntas o afirmaciones con palabras o gestos, y estimular con preguntas al otro, para que se exprese fluidamente.
Según la revista Psicología Práctica ( Nº 1, año 2001) una persona que no sabe escuchar y no presta atención cuando le hablan, será excluida de la conversación, pues quien habla dejará de dirigirse a ella, mirará al resto de los involucrados, o incluso le dará la espalda, sin expresarle su deseo de conocer su opinión; además, un individuo que no es buen escucha no puede mantener diálogos extensos, porque el hablante, al no sentirse atendido, perderá el interés por seguir expresándose, presentando cualquier excusa para culminar la conversación.
Por todo lo anterior, para aprender a escuchar activamente es importante practicar el silencio atento, el cual es sinónimo de respeto; mantener el contacto visual con el hablante y cuidar la postura dirigiéndola siempre hacia él; demostrar mediante la confirmación oral y gestual que se está comprendiendo y aceptando el mensaje. Es decir, mover el rostro, sonreír, asentir o negar con la cabeza, arquear las cejas a medida que se escucha y pronunciar frases breves como: “Sí, te entiendo”, “Eso era lo correcto”, o bien haciendo preguntas sobre el tema expuesto, evidenciando así la atención e interés del que escucha.
Por último, es fundamental parafrasear la información recibida, repitiendo el mensaje con el propósito de resumir y aclarar el mismo, asegurándose que no existan malos entendidos.
De esta manera, se puede concluir que la escucha activa es todo un arte, pero si se logra dominarla se obtendrán numerosos beneficios desde el punto de vista interpersonal, evitando como en el caso de María y José, un divorcio por “incompatibilidad comunicativa”.

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