jueves, 1 de noviembre de 2007

No los abandonen por ella

Con el auge de la tecnología informática se ha popularizado el uso del libro digital o electrónico (e-libro), así como los documentos y periódicos en línea, los cuales pueden ser leídos –e incluso oídos- mediante el empleo de una computadora o una agenda electrónica.
La información digital puede estar contenida en un disco compacto o en Internet, y con sólo pulsar un botón, el usuario descubre ante sus ojos cientos de páginas de libros que pueden ser almacenadas o impresas, ofreciendo así numerosas ventajas, pues se guardan en la memoria de la computadora, en discos compactos, disquetes, o en otros dispositivos de almacenamiento extraíble, hasta el punto de permitir poseer una biblioteca en formato digital. Igualmente es más económico y fácil de obtener, evitando recorrer diversas librerías de la localidad para conseguirlo.
Según información publicada en el diario El Nacional, cuerpo B, página 14, de fecha 16 de enero de 2007, “los periódicos y libros de hojas de papel pasarán al recuerdo y serán sustituidos por pantallas electrónicas finas y flexibles, en las que se descargarán textos, fotografías y otros contenidos gracias a conexiones inalámbricas a Internet...ya se anunció la creación de una fábrica en Dresde, Alemania, que promete la producción, en el 2008, de cerca de un millón de pantallas de e-papel, aspirando colocar en los mercados más de 41 millones de estos artefactos en el 2010. Para poder convencer a los lectores de que se cambien a los nuevos formatos, los diseñadores intentan recrear las comodidades del verdadero papel, así que se supone que los periódicos de e-papel no pesarán mucho y podrán doblarse…”
Si se logra efectuar, tal vez el e-papel contribuirá a fomentar la lectura entre los amantes de la nuevas tecnologías, sin embargo mientras se fabrica, me declaro inconforme con el empleo del libro electrónico, porque resulta muy difícil sentarse a leer frente al monitor de la computadora una novela de 300 páginas o más, disfrutar de la lectura cómodamente acostada en la cama, recostada en algún sillón confortable, o en el solar de mi casa bajo la sombra de un árbol escuchando los sonidos del viento o el canto de las aves.
Si la electricidad falla –algo muy común por estos lares- debo esperar a que se reanude el servicio eléctrico para saber cómo continúa la historia que estaba leyendo, hecho que no ocurre con los libros impresos, pues una buena linterna o la luz de las velas permiten realizar mi lectura sin problema alguno.
¿Y qué decir del inmenso placer que siento al pasearme por los pasillos y estantes de una librería bien dotada? Pocas situaciones se comparan con el momento en que mis sentidos se despiertan ante una montaña de libros de los más variados temas.
Hermosas ilustraciones atraen mi mirada; mi tacto se complace al sostener entre las manos alguna joya literaria, al pasar mis dedos por las lisas páginas de un texto o por los contornos de las figuras que adornan los cuentos para niños. Mi olfato se recrea ante ese aroma a novedad que despide un libro recién comprado; mi oído se deleita al leer en voz alta algún fragmento lleno de magia, mientras que mi sentido del gusto se activa al saborear una por una las palabras contenidas en mis fieles amigos.
Y es que un libro es eso: un sabio amigo que me hace el favor de compartir sus conocimientos, enseñanzas, historias y anécdotas. No importa si es pequeño o grande, grueso o delgado, viejo o nuevo, barato o costoso, siempre me acompaña en los momentos de soledad, de tristeza o de alegría.
En las noches solitarias se queda a mi lado invitándome a descubrir el mundo entre sus páginas. Ya lo dijo Gustave Flaubert (escritor francés autor de Madame Bobary): “La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren”. Efectivamente, no hace falta contar con holgura económica para recorrer el mundo, conocer mucha gente, o vivir nuevas experiencias. No. En un libro puedo conseguir eso y mucho más. Puedo saber los pormenores de la vida de Frida Khalo, pintora mexicana esposa del muralista Diego Rivera; maravillarme con el arte de Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel, adentrándome en los secretos de sus cuadros y esculturas; conocer la romántica historia de Florentino Ariza y Fermina Daza, protagonistas de “El amor en los tiempos del cólera”; viajar hacia las profundidades del mar en “Veinte mil leguas de viaje submarino”, de Julio Verne; visitar asteroides junto con “El Principito”; descubrir las costumbres de mi patria en “Sobre la misma tierra”, o experimentar con “El túnel” la angustia de un hombre que confiesa el asesinato de la mujer que amaba.
Por todo lo anterior, considero que aunque la tecnología se involucre en cada acción humana, la magia de los libros, el descubrir en sus páginas las sorpresas que albergan y los regalos que nos ofrecen, son insustituibles, al igual que esos 30 segundos de silencio y reflexión que me embargan al terminar una buena lectura. Los gobernantes, los docentes y los padres de familia, tienen la responsabilidad de promover la pasión lectora en los niños, jóvenes y adultos, para impedir que la dinámica actual sepulte el mayor legado que tiene la humanidad. Lo afirmó Rubén Darío (escritor nicaragüense) y debemos repetirlo todos: “El libro es fuerza, es valor, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial de amor”.

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