jueves, 1 de noviembre de 2007

La mala educación

El artículo que usted leerá a continuación se titula como la conocida película del cineasta español Pedro Almodóvar pero no pretende plasmar como en aquélla las sórdidas vidas de un grupo de hombres que, durante su infancia en un internado, fueron víctimas de los abusos sexuales de los sacerdotes encargados de educarlos.
No. Este texto no es tan crudo, al contrario, aquí se analizará el tema de la mala educación desde un punto de vista más ligero pero no menos crítico. Esa mala educación de la cual somos objeto en la agencia bancaria cuando el cajero se dispone a realizar la transacción solicitada sin antes respondernos el saludo ni mirarnos al rostro; o cuando algún vendedor, luego de hacernos esperar por un largo rato, se dispone a atendernos con su peor cara de fastidio.
La misma mala educación de las personas que en la calle te tropiezan y no se disculpan, de los niños que sin pedir permiso interrumpen a los adultos cuando hablan, o la del sujeto que en la fila del banco lee el periódico por encima del hombro del que está delante y además, comenta los titulares con su acompañante.
Esa mala educación de las personas que prefieren morir antes que pronunciar por favor o gracias, y la pésima educación de los sujetos cuyo léxico está conformado por
improperios, malas palabras o groserías.
Pero para hablar sobre el tema es necesario saber qué se entiende por educación. En tal sentido, el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) la define como: “1. Acción de desarrollar las facultades físicas, intelectuales y morales. (Sinónimo: Enseñanza). 2. Resultado de esta acción. 3. Conocimiento de los usos de la sociedad. (Sinónimos: Civilización y Urbanidad). 4. Educación física, gimnasia. 5. Educación nacional, instrucción pública. 6. Educación permanente, enseñanza dispensada durante toda la vida profesional. 7. Educación general básica, enseñanza primaria y secundaria.” Asimismo, el DRAE indica que educado significa correcto, fino, y su sinónimo es civilizado.
Como se puede observar en sus tres primeras acepciones, la educación consiste en el desarrollo pleno de las capacidades y potencialidades del ser humano en el aspecto físico, intelectual y moral, lo cual implica la adquisición de los conocimientos necesarios para vivir en sociedad, siendo fundamentales las normas mínimas de respeto, cortesía y urbanidad. Por lo tanto, el punto clave de la buena educación que aquí se plantea es el conocimiento y respeto a las reglas sociales.
Así como existen normas de tránsito, también existen otras normas en la sociedad, siendo el establecimiento y obediencia de las mismas lo que permite la convivencia armoniosa y la organización de los seres humanos. Sin ellas, ni la capacidad de razonar, no existiría diferencia entre las personas y los animales.
En repetidas ocasiones se ha dicho que los individuos realmente aprenden lo que ven en su hogar, por lo que el esfuerzo que haga el docente en el aula de clase se pierde con el mal ejemplo que pueda darse en el círculo familiar. Claro, durante la niñez y hasta la adolescencia, la buena o mala educación que se demuestre es responsabilidad de los progenitores, ¿pero qué pasa cuando nos convertimos en adultos jóvenes y continuamos con los mismos malos modales? Ya no hay a quien culpar, pues somos absolutamente conscientes de nuestros actos.
La educación no es sinónimo de ostentar un título universitario, porque como afirma el licenciado Pedro Vargas Ponce, director del Instituto de Estudios Superiores de Protocolo y Turismo ubicado en Caracas: “¡Qué fácil es ser doctor(a) en nuestra sociedad, y qué difícil es ser señor(a).”
Del mismo modo, Manuel Carreño (sobrino de Simón Rodríguez y padre de Teresa Carreño), publicó en 1853 su “Manual de Urbanidad y Buenas Maneras” en el cual plantea: “No es la falta de educación la que nos sirve para expresar nuestra personalidad, sino la manera educada en la que demostramos que hemos dejado de ser simples integrantes de la raza humana, para llegar a ser auténticas personas, lo que en el ámbito sociológico significa que podemos convivir y construir con los demás.”
Según el autor, “sin la observancia de estas reglas (de urbanidad), más o menos perfectas, según el grado de civilización de cada país, los hombres no podrían inspirarse ninguna especie de amor y estimación; no habría medio de cultivar la sociabilidad, que es el principio de la conservación y progreso de los pueblos; y la existencia de toda sociedad bien ordenada vendría por consiguiente a ser de todo punto imposible”.
Finalmente, la profesora Isabelita González en su libro “Protocolo social” (1987), afirma que las cuatro llaves de la cortesía son: decir por favor, muchas gracias, disculpe, y saludar según la hora del encuentro (dar los buenos días, buenas tardes o noches). Todo se pide por favor y todo se contesta con gracias o muchas gracias. Por otra parte, ante un tropiezo lo habitual es decir perdón, mientras que si vamos a formular una pregunta lo usual es utilizar la palabra disculpe. Por ejemplo: Disculpe, ¿la silla está ocupada?
A estas reglas se suman muchas otras fórmulas de cortesía que siempre es importante recordar y poner en práctica, porque no es sólo nuestra ropa o pertenencias las que hablan por nosotros, también nuestro comportamiento, manera de proceder, actitud, expresión oral y corporal, tono de voz y discreción, demuestran quiénes somos en realidad.

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